2.11.14

¿Hay solución al problema ecológico?



por Sandra M. Uicich
Publicado en "El Croata Errante" 14º milla (Buenos Aires, 2009)

    En las últimas décadas del siglo XX, la humanidad ha comenzado a darle importancia al deterioro medioambiental y los graves problemas ecológicos que asolan diversos lugares del planeta. Uno de estos problemas es la contaminación del aire, relacionada con la polución que genera el uso de combustibles fósiles (petróleo) y los procesos industriales: cada día millones de vehículos eliminan a la atmósfera los residuos de la combustión de su motor, sin que nadie repare en ello; cada día millones de chimeneas de grandes fábricas sueltan en forma de nubes grises los desperdicios tóxicos de los procesos que generan los bienes que todos consumimos, sin que nadie lo perciba. Así, cada día el aire se va enrareciendo por la acumulación de esos desechos gaseosos. Este es uno de los factores que desencadena el cambio climático global, al producirse un “efecto invernadero” que convierte al planeta en una esfera hirviente en el espacio.
   Otro problema ambiental es la contaminación del agua causada, en parte, por los procesos industriales no controlados, es decir, los de las fábricas que no tratan sus desechos tóxicos, y en parte por accidentes ecológicos por causas humanas, como los derrames de petróleo en el mar. Así, cada día las fuentes de agua del planeta se van enturbiando y desaparecen, a la vez, las diversas especies que habitan lagos, ríos y océanos.
   En los intensos debates en torno a la relación del hombre con el ambiente, queda claro que la problemática ecológica se relaciona con las acciones nocivas del hombre. Nuestras conductas dañinas para la naturaleza se dan cotidianamente con la generación excesiva de basura por el reemplazo compulsivo de unos bienes aún usables por otros nuevos (consumismo). La gran pregunta que surge es: ¿somos capaces de renunciar al bienestar que generan los objetos que consumimos (alimento, vestido, entretenimiento, etc.)? Recordemos que el consumo masivo demanda una producción siempre creciente de bienes, y esto acarrea mayor daño ecológico, como señalamos antes.
   Surgen, además, otras preguntas: ¿qué sentido damos, en nuestras sociedades occidentales, a la posesión y uso excesivo de bienes? ¿Acaso ese “tener” y ese “usar” equilibran las nefastas consecuencias del “tirar” que los acompaña? En el caso de Latinoamérica, la desigualdad socioeconómica que reflejan nuestras sociedades es elemento suficiente para darnos cuenta de que NO es así. Podemos agregar además, desde una visión humanista, otros rasgos culturales, como la soledad, el desencanto, la pérdida de rumbos, la inestabilidad de las relaciones familiares y la violencia cotidiana, para reconocer que NO es así. Estamos destruyendo el planeta, y ni siquiera logramos la felicidad (o sólo la logran, si es que la logran, algunos pocos…)
   Hay diversas propuestas de reflexión y de acción en torno a la problemática ecológica. Las más conocidas por su difusión en los medios de comunicación son las de organizaciones como Greenpeace. Otras propuestas surgen del amplio campo de la ecofilosofía o filosofía ambiental, que abarca la ecología profunda, el ecofeminismo, la ecología social y el ecosocialismo, entre otros.
    La ecología profunda, cuyo principal referente es el noruego Arne Naess, sostiene que las medidas ambientales reformistas –como el reciclado de basura, el tratamiento de los desechos tóxicos industriales, la preservación de áreas naturales y de especies en peligro de extinción- no son suficientes para solucionar el problema ecológico. Es necesario, además, un cambio radical en nuestro vínculo con los demás seres vivos, a quienes debemos reconocer su derecho a la vida.
El ecofeminismo denuncia el sometimiento de la mujer a través de los siglos como la otra cara del sometimiento de la naturaleza, a través de la imposición violenta de las decisiones y valoraciones masculina, acallando las voces femeninas, sus intereses, sus valores, etc.
La ecología social o ecoanarquismo, cuyo portavoz fue Murray Bookchin, señala la necesidad de eliminar las relaciones jerárquicas y la autoridad para poder generar relaciones sociales más armónicas, lo que llevaría también a un mejor trato con el mundo natural.
   El ecosocialismo propuesto por los norteamericanos Joel Kovel y Michael Löwy promueve un cambio radical de sistema socioecónomico, reemplazando el capitalismo por un socialismo que tenga en cuenta la problemática ecológica. Según Kovel, el capitalismo es inherentemente dañino del medio ambiente y cualquier medida que se tome en este contexto, sólo será un mero paliativo pero no una solución de fondo.
   Todas estas corrientes de pensamiento se ocupan de analizar los supuestos filosóficos que están a la base de la relación del hombre con la naturaleza: el consumismo, el industrialismo y, sobre todo, la falta de reconocimiento del derecho a la vida de todos los demás seres vivientes.
   Los seres humanos ocupamos un lugar muy particular entre las demás especies: somos capaces de crear cultura, tenemos conciencia, proyectamos, tenemos deseos, hemos ocupado lugares geográficos de lo más diversos, podemos reflexionar y pensar, criticar y disfrutar de un poema. Pero nos hemos olvidado de nuestro vínculo ineludible con el mundo natural, en tanto somos una forma más de vida, como cualquiera de las otras.
   Desde hace siglos, creemos que somos el eje alrededor del cuál gira el mundo. Y creemos que nuestras decisiones pueden acarrear el dominio y el exterminio de otras especies. Esta actitud antropocéntrica ha sido excesivamente arrogante, en dos sentidos: en primer lugar, porque ha llevado a otros seres vivos a la extinción –o al borde de su desaparición- por la irresponsabilidad de nuestras acciones; en segundo lugar, porque no ha logrado satisfacer los anhelos humanos de bienestar, justicia y paz social, como lo evidencian los conflictos internacionales y la desigualdad social en el mundo.
   La arrogancia del hombre no ha respetado a otros seres vivos, y no ha salvaguardado, tampoco, la difícil convivencia de nuestra vida comunitaria. Tanto consumo, tantos bienes, tanta basura, tanta contaminación… ¿para qué? Ni siquiera estas nefastas consecuencias pueden justificarse, desde un punto de vista utilitario, en el logro de un mundo mejor, sea cual fuere el sentido que le demos a esa idea.
   Este escrito comenzó con una pregunta, y sin ánimo de dar respuestas sino de apuntar algunos caminos de reflexión, culmina también con una pregunta: ¿qué sentido damos, en nuestras sociedades occidentales, a la vida (de otros hombres, de otros seres vivos)? Quizás en la respuesta radique la posibilidad de pensar una solución al problema ecológico.

Sandra M. Uicich


  Sandra M. Uicich es Licenciada en Filosofía egresada de la Universidad Nacional del Sur (Bahía Blanca) donde se desempeña como docente e investigadora. Es oriunda del Alto Valle de Río Negro, zona de cultivos frutales que enmarcó su infancia y adolescencia, transcurridas en una chacra cercana al pequeño pueblo de Cervantes.
  Su abuelo paterno Ernesto llegó a Argentina en 1929 desde su Trieste natal con apenas dieciocho años, dejando atrás a su familia y el contexto de la posguerra. Había nacido en 1911 en una ciudad dividida entre Italia y la ex-Yugoslavia.
  Su abuela paterna Natalia Simi nació en un pequeño poblado llamado Pizino, cerca de Pula (Istria, ex-Yugoslavia) en 1907, llegó a Argentina en 1934 y comenzó a trabajar como ayudante de cocina en la Bodega Canale en cercanías de la ciudad de General Roca (provincia de Río Negro).